El inicio de la visita al Terra Dominicata –uno de los tan solo cinco hoteles españoles con tres Llaves MICHELIN– no puede ser más diferente al comienzo de cualquier otra visita que haya podido realizar a otros tres Llaves MICHELIN. No es La Réserve de París ni la Casa Cipriani de Nueva York. No penetro en un palacio haussmaniano, ni me recibe un portero vestido de librea. Cuando, tras dos horas en coche desde Barcelona, llego a este establecimiento inmerso entre las colinas de la campiña catalana, me invitan a sentarme, me agasajan con un cóctel y me informan de todo lo que no puedo hacer.
Decir que es un recibimiento un tanto peculiar para un hotel de estas características es quedarse corto. En uno de los dos edificios principales del hotel –cuenta con dos granjas centenarias hoy restauradas y que en su día formaron parte de un complejo monástico del s. XII– me piden que no abuse de la ducha para no desperdiciar agua. Me explican que la iluminación nocturna es tenue para no molestar a los animales que viven en el parque natural que nos rodea y para preservar el cielo estrellado. Me dicen que mi habitación no tiene televisor y que solo ofrece lo imprescindible, pero que puedo cambiar uno de mis libros por otro de la enorme colección de la hacienda.
Estas palabras son la primera toma de contacto con un hotel que se ha hecho merecedor de las tres Llaves MICHELIN con una estrategia claramente diferente a la de casi cualquier otro que mis colegas inspectores o yo hayamos podido visitar de forma anónima. Puede que el Terra Dominicata comparta ciertas características con otros tres Llaves situados en los alrededores de grandes ciudades (véase, por ejemplo, el Villa La Coste, en Provenza), pero, por lo general, los hoteles más sobresalientes situados en el campo suelen deslumbrar más bien por su política de no reparar en gastos. Aquí, el lujo nace de algo más sutil: un perfecto equilibrio entre comodidad y austeridad que hace que el viaje de dos horas por carreteras estrechas y sinuosas desde Barcelona merezca la pena.


A la sombra del monasterio
La existencia de este hotel puede calificarse de pequeño milagro. Situado en el centro de la vasta extensión de formaciones rocosas y bosques que conforman el Parque Natural del Montsant, el Terra Dominicata es el punto de partida ideal para explorar el Priorat –una de las comarcas vinícolas más apreciadas del mundo– y el medio para preservar un importante patrimonio cultural que de otra manera podría haberse perdido.La cartuja propiamente dicha, del s. XII, se encuentra a un kilómetro y medio del hotel, acondicionado en las dependencias que antaño servían para el trabajo de la tierra. La historia se hace presente en las formas sobrias y geométricas de los exteriores, construidos con la misma tierra almagre que se extiende a su alrededor. Una sobriedad que contrasta con la vida que bulle en el interior, de estilo contemporáneo y con un punto incluso extravagante. Capazos de palma, escaleras y estanterías de madera colgando del techo, a modo de columpio, decoran habitaciones en tonos neutros, inundadas de luz natural y abiertas de par en par a los viñedos y colinas.
El hotel cuenta con un restaurante con especialidades regionales, una piscina y un spa, ambos magníficos. En el caso del spa, no obstante, hay que llevar en cuenta que sigue la misma filosofía del resto del hotel. Se trata pues de un lugar pensado no para sociabilizar, sino para disfrutar de determinados servicios (sauna, hidromasaje, ducha fría, etc. previa reserva) en un tranquilo y apartado rincón escondido entre olivos.


La bodega: no visitarla es pecado…
Si lo deseas, en la conserjería te informarán de las posibilidades de realizar visitas y excursiones a los viñedos, pueblos y lugares de interés de la zona. Con todo, no hay que perder de vista la posibilidad de conocer la bodega y catar los vinos de la propiedad, con tres variedades que ahora se completan con un nuevo rosado de edición limitada.Los viñedos del Priorat, entre los más vertiginosos de Europa, se disponen en laderas de origen volcánico, salpicadas de lascas de pizarra y cuarcita. Se trata pues de un suelo pobre en materia orgánica, pero rico en minerales: el resultado es un vino intenso y concentrado que hace cierta la afirmación de que menos –casi siempre– es más.
Pruébalo aquí, en la bodega o bajo la pérgola, y piensa que estás bebiendo la esencia misma del Terra Dominicata.

Cero hipocresía: sostenibilidad radical
Más tarde me entero de que la amable y elegante señora que me explicó el reglamento del hotel es una de las dueñas y de que su compromiso con la sostenibilidad es totalmente sincero. En uno de mis paseos por el recinto, por ejemplo, oigo por casualidad que la reforma del hotel se paró en seco cuando una familia de águilas decidió anidar en medio de las obras. La propiedad detuvo las labores de construcción durante tres meses (tiempo suficiente para que los huevos eclosionasen) para luego reanudarlas. A la luz de esta anécdota, parece que lo mínimo que podemos hacer es renunciar a una larga ducha.Sobre las habitaciones: un misterioso pasadizo secreto
Si puedes, reserva la habitación número 22. Por detrás de una de las estanterías de esta suite se oculta un auténtico pasillo subterráneo utilizado por los antiguos moradores como vía de escape en caso de peligro. Hoy, el pasadizo sirve para acceder al restaurante –dudamos de que haya muchos restaurantes con una entrada tan original como esta– y para recordarnos la historia y autenticidad que hay detrás de este lugar.Reserva en el Terra Dominicata con la Guía MICHELIN →