The Ritz-Carlton St Louis

Lo bueno de alojarse en una cadena hotelera es que su relativa uniformidad nos permite saber de antemano lo que nos espera. Si viajas a una ciudad como Milán, Nueva York o Tokio, lo más probable es que prefieras dejarte sorprender por una variedad de hoteles que parece infinita, disfrutar lo desconocido y maravillarse con la respuesta de cada hotel al gran enigma de la hostelería: cómo satisfacer a los huéspedes.

Sin embargo, en una ciudad con una oferta hotelera limitada, en la que no hay demanda de hoteles boutique independientes e innovadores, la uniformidad de las cadenas hoteleras constituye una garantía no desdeñable, y no hay muchas cadenas que consigan sacar tanto partido de su uniformidad como Ritz-Carlton.

El Ritz-Carlton St. Louis aprovecha los puntos fuertes del modelo básico de la marca, sin caer en la impersonalidad de la que suelen pecar muchas cadenas hoteleras anodinas. La majestuosidad del vestíbulo tradicional con paneles de madera nos da la bienvenida a un universo de lujo, casi paralelo a la zona residencial en la que se encuentra el hotel.

Es como si fuera un destino vacacional en el lugar de vacaciones, como si en el interior del hotel ya no estuviéramos en Saint Louis, sino en la República Democrática del Ritz-Carlton, donde todos los cuartos de baño son de mármol y el Cigar Bar, el mejor lugar para disfrutar la noche. Además, este Ritz-Carlton tiene personalidad: la cena no solo se sirve en el excelente restaurante tradicional, sino también en el Wine Room, donde la comida se elige en función del vino y no a la inversa. Además, hay mucho donde elegir: la carta de vinos es la más completa de todos los Ritz-Carlton del mundo.