Ace Hotel Seattle
Esperamos que siga leyéndonos alguien; lógicamente el Ace Hotel no atraerá al mismo segmento de mercado que, por ejemplo, el Sorrento. Este sitio derrocha modernidad, una modernidad natural y sin pretensiones. El vestíbulo, con su suelo de madera oscura de nogal y sus paredes blancas retrofuturistas (más estilo Barbarella que Balazs), no parece un vestíbulo de hotel, sino una galería de arte, y las habitaciones, con sus techos de más de cuatro metros de alto y sus paredes de ladrillo encalado, tienen más aspecto de galería que la mayoría de las galerías.
Se podría objetar, cínicamente, que los hoteles orientados a mercados jóvenes suelen justificar su decoración blanco sobre blanco y su falta de imaginación con toda suerte de comparaciones artísticas, cuando, en realidad, toda esa cal tiene por objeto ocultar la mala calidad de la construcción y vestir el hotel con el «traje nuevo del emperador». No es el caso del Ace Hotel, que tiene la honradez de llamar ladrillo pintado de blanco a lo que lo es y la decencia de cobrar un precio baste inferior a 100 dólares por una habitación individual estándar.
Aun a riesgo de caer en un estereotipo de carácter regional, esto no es Hollywood, sino el noroeste del Pacífico. En Seattle, donde expertos en tecnología con carteras de valores se ponen camisetas térmicas procedentes de excedentes militares, ser moderno significa gastar el dinero de manera inteligente, y la decisión de subir los precios de las habitaciones solo le restaría caché a este «club de los pijamas» sin lujos.
Aquí podrás dormir bajo la atenta mirada del André el Gigante de Shepard Fairey y disfrutar de las vistas a la bahía Elliot y las montañas Olympic o solo a las calles de Belltown. Los cuartos de baño compartidos no son horrorosos, como los de los colegios mayores, sino que están limpios como una patena. No obstante, si no puedes vivir sin un cuarto de baño privado, merece la pena pagar un poco más para tenerlo. Una puerta giratoria oculta, al estilo Batman, permite acceder a un precioso entorno minimalista, decorado (cómo no) con madera de nogal y en color blanco, con un lavabo industrial de aluminio y sin rastro de Philippe Starck.
Los servicios y comodidades se reducen a la mínima expresión: la televisión por cable es el mayor lujo disponible. Si has leído hasta aquí, ya sabrás que el lujo no es la cuestión; la cuestión es disponer de un lugar para dormir y un punto de partida para explorar la ciudad (con conexión a Internet, por supuesto, que se trata de gente civilizada). Probablemente habrá gente despierta a todas horas, de modo que tal vez no sea un lugar idóneo para acostarse temprano o recuperarse del desfase horario.
En la planta baja se encuentra el nuevo local del Cyclops Café, uno de los favoritos de la zona (todos los hoteles dicen lo mismo de su restaurante asociado, pero, en este caso, damos fe de ello), y fuera le esperan todos los bares y cafeterías de Belltown, así como los clásicos lugares de interés de Seattle, como la plaza Pioneer y el mercado de Pike Place. Puede que el verdadero propósito de las paredes blancas sea obligar a los huéspedes holgazanes a salir a la calle y disfrutar.
Localización
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