Marquis Faubourg St-Honoré

Podría decirse que no ha pasado tanto tiempo desde que, a través de estas páginas, nos dedicábamos a pedir con mucha frecuencia una revolución en el ámbito hotelero parisino que diera paso al hotel boutique moderno. Desde luego, no es que pretendamos atribuirnos el crédito, pero podemos decir con certeza que esa revolución ha llegado. París está llena de expresiones de diseño en multitud de formas y tamaños pero muy pocas, cabe señalar, se sienten hechas tan a la medida, tan sutilmente adaptadas a sus entornos históricos como el Marquis Faubourg Saint-Honoré.

Tiene que ver con dos cosas: primero, el entorno histórico como tal, en este caso una mansión solariega del siglo XVIII, y segundo, el trabajo del diseñador Michele Bönan, una especie de actor metódico de la arquitectura, capaz de subordinar su estilo personal a la tarea asignada. Como resultado, el Marquis no se siente como una expresión de diseño y sí como un hotel-mansión sorprendentemente lujoso, consciente de su historia y a la misma vez elegantemente contemporáneo. Lo que al final resulta ser el objetivo.

Todas las habitaciones son suites, como cabía esperar; no existen cuartos dobles en una verdadera mansión. Los interiores son cálidos y elegantes, los espacios amplios y los baños son de mármol de Carrara, evidencia de que a veces las maneras antiguas son la mejores. Hay un gimnasio privado y el hotel contrata un spa cercano para brindar tratamientos en las habitaciones. Además cuenta con un lounge privado, Le Gilbert, que sirve desayunos por las mañanas como también bebidas y comidas ligeras durante el día y la noche.

No se trata de un palacete extravagante; tampoco es un hotel boutique de estilo agresivamente excéntrico y vanguardista. En su lugar, el Marquis es, sobre todo, discreto: lo que sucede detrás de sus paredes tiende a quedarse ahí.