Scarlett

Belleville ocupa un lugar destacado en la historia cultural y sentimental de Francia. No solo ha servido de inspiración y decorado a no pocas películas y óperas, este barrio fue asimismo el lugar donde, en 1946, Edith Piaf, su más ilustre vecina, compuso e interpretó por vez primera su universalmente famosa La vie en rose. Pese a todo, hubo un tiempo en que Belleville no formaba parte de París: no era más que un poblado obrero situado en una colina a las afueras de la ciudad. Por aquel entonces, la torre Eiffel no existía, pero si hubiese existido, los vecinos del barrio la habrían visto como la ven hoy quienes tienen la suerte de admirar el skyline que se despliega a los pies de la ladera del parque de Belleville. Todo esto para decir que, aunque se encuentre a pocos minutos del centro en metro, Belleville posee un carácter muy diferente al del resto de la capital, una personalidad ecléctica y bohemia fruto de la mezcla de coloridas calles, acogedores cafés, bazares chinos, panaderías judías, talleres de artistas y antiguos cabarets reconvertidos en bares de copas. El hotel Scarlett forma parte de esos establecimientos de aires trendy que han aparecido en el barrio durante la reciente fase de gentrificación. Por suerte, el Scarlett ha sabido captar y reflejar la esencia y el alma del Belleville más auténtico: es moderno pero discreto, bonito pero práctico. Muy en sintonía con el carácter arty de esta zona en expansión, el Scarlett ha sido acondicionado en un antiguo edificio industrial que permaneció abandonado durante años. Las máquinas y naves de antaño han sido sustituidas por treinta habitaciones decoradas con obras de arte y muebles fabricados con materiales reciclados –el mostrador de la recepción, para empezar, está hecho con cajones de madera– y envueltas en el resplandor de las lámparas de techo. La estética es más clásica y atemporal que art decó, lo cual está muy bien. Las habitaciones son pequeñas pero muy luminosas gracias a que conservan los ventanales de la fábrica primitiva. En ellas hallarás TV de pantalla plana, un minibar bien surtido y prácticos espacios de trabajo. El desayuno continental es sencillo, pero con clase, incluyendo una selección de zumos ecológicos, panes caseros y mermeladas de frutas exóticas. También se puede tomar una copa, pero sería una pena quedarse en el hotel y no salir a impregnarse del ambiente que se respira el barrio. El hotel, además, nos lo pone fácil: basta con descolgar el teléfono de la habitación para acceder a la agenda de direcciones del personal del Scarlett. Poco importa que desees practicar deporte, comprar una obra de arte o confundirte con la gente del barrio: el hotel ha pensado en todo. En el fondo, “La Vie en rose” quizá sea sólo eso: una versión ligeramente diferente de la vida que reina en el centro de París.