Monge

Sería exagerado decir que no existen edificios nuevos en el centro de París. Alguno hay, pero convive con una mayoría de edificios antiguos hoy renovados y dotados de nuevos usos. Este último es el caso del hotel Monge, acondicionado en una antigua mansión situada entre el Panteón y el Jardin des Plantes, en pleno Barrio Latino. El edificio data de 1876 y durante años fue la residencia de una acomodada familia que solía acoger a artistas y escritores de paso por la Rive Gauche.
Una profunda renovación lo ha convertido en un hotel boutique de 30 habitaciones en cuyo interior, cómo no, aún pueden verse muchos de los elementos del edificio original: suelos de parqué, techos altos con molduras y chimeneas de mármol en perfecto estado de funcionamiento. Pese a la renovación, el edificio ha sabido mantener el caché de antaño. Hay que decir que el terciopelo que cubre los cojines y los sofás no es un terciopelo cualquiera, sino que tiene la firma de Pierre Frey, el veterano fabricante parisino de materiales nobles para la decoración. Lo mismo ocurre con el papel pintado: un motivo tropical con el sello Deyrolle, la extravagante tienda fundada en 1831 por el naturalista francés Jean-Baptiste Deyrolle. En general, las habitaciones son pequeñas pero elegantes, con predominio de los tonos tierra, duchas con artículos de L'Occitane, televisores de pantalla plana y ventanas con triple acristalamiento (el barrio es ruidoso a causa de la animación, no del tráfico).
En consonancia con su carácter de antaño, el hotel Monge es un lugar que cuida la diversión, pero de forma elegante y discreta. Hay un salón de té y un honesty bar donde podrás preparar tu propio aperitivo o servirte una copa de vino. El hotel dispone asimismo de un pequeño hammam ideal para relajarse tras caminar por toda la ciudad. Alojándote aquí, estarás en el centro de todo, por lo que tendrás mil cosas que hacer y que ver. Con todo, antes de salir a la calle conviene disfrutar de su generoso desayuno, con pain au chocolat recién horneado y servido desde las 7 hasta las 11 de la mañana. Después de todo, los franceses no saltan de la cama al amanecer y, en consideración con sus huéspedes, tampoco esperan de ellos que lo hagan.