The Ritz-Carlton Half Moon Bay

En fines de semana de temporada alta puede exigirse una estancia mínima de dos noches.
A sólo media hora de San Francisco por la autopista Highway 1, que ofrece unas magníficas vistas panorámicas, Half Moon Bay parece de otro planeta: oculta entre las montañas de Santa Cruz y el Océano Pacífico, esta apacible localidad sigue ofreciendo algunas de las vistas más espectaculares de la costa Oeste, así como una personalidad incorrupta y sencilla.
Como era de esperar, el Ritz-Carlton no es exactamente una casa rural, pero tenga por seguro que ni percibirá sus suelos brillantísimos y el olor a hotel nuevo en cuanto vea este lugar en persona. Situado en lo alto de un risco al borde del Pacífico, el diseño del Ritz imita el de un hotel costero del siglo XIX construido con teja shingle. El edificio presenta reminiscencias que podrían ser inglesas o escocesas, sobre todo por su ubicación, rodeado como está por rocosos acantilados y las onduladas colinas verdes del campo de golf.
Las habitaciones están decoradas al estilo clásico, con influencias inglesas y portuguesas, y todas ellas son suntuosas y confortables, con colchones de plumas, edredones de oca y espaciosas bañeras de mármol. Dos terceras partes de las habitaciones ofrecen vistas al océano, algunas desde balcones privados, y muchas de ellas cuentan con chimenea, un elemento muy útil cuando la fría niebla del Pacífico extiende su manto.
Asimismo, dos campos de golf profesionales aumentan el atractivo del hotel para los aficionados al golf: el campo Old Course fue diseñado originariamente por Arnold Palmer, y el campo Ocean Course recuerda a los grandes campos de golf escoceses, una ilusión que se hace aún más palpable en días nublados y brumosos. Además, desde todos los agujeros se divisa una vista espectacular del océano, y solamente el ángulo del sol le recordará que se encuentra en el Pacífico y no en el Mar del Norte.
Pero si el golf no es lo suyo, puede pasar las horas en el spa (que ocupa 1.500 m²), relajándose a la luz de las velas en el baño romano mixto o en el jacuzzi con vistas al océano. Y en lo referente a la gastronomía, el hotel tampoco decepciona: el exclusivo restaurante Navio y el Conservatory, este último menos formal, son los mejores en varios kilómetros a la redonda, y el té de la tarde en el Salon aporta al lugar otro toque anglófilo más. En definitiva, ¡resulta difícil creer que al otro lado de las montañas se encuentra Silicon Valley!