Mandarin Oriental Washington D.C.

A sólo unos pasos del Paseo Nacional, el Mandarin Oriental de Washington D.C., se encuentra en un promontorio cercas de la confluencia del canal de Washington y la dársena de marea del Potomac. Por lo tanto, puede que no esté tan bien situado como algunos hoteles más antiguos, pero este inconveniente se ve compensado por la espectacularidad de las vistas que ofrece. Las habitaciones dan a la alameda del Pasea Nacional por un lado y por otro, a la dársena y al monumento a Jefferson. Y durante la primavera cuando los cerezos comienzan a florecen, el ambiente es aun más espectacular.

Si viaja por placer, el acceso a los monumentos y museos del Paseo Nacional es fácil y le vendrá de maravilla y, si viaja por negocios, podrá llegar rápidamente a su destino en taxi o en metro.

El edificio armoniza la arquitectura clásica de estilo federalista y las influencias asiáticas, y sus esquinas redondeadas son, por lo visto, una exigencia del Feng Shui. Los interiores son soberbios, desde el vestíbulo inmenso, que se extiende bajo una rotonda, hasta las habitaciones, amplias y curvilíneas y decoradas en unos tonos terrosos y unos verdes pálidos que evocan las fachadas de ladrillo con pinceladas color cobre oxidado de los edificios históricos de Washington. Por lo tanto, el diseño general no deja de rememorar el patrimonio asiático del hotel, un hecho que nos llega algo como una sorpresa, pues es un cambio sumamente refrescante del estilo clásico que viste la mayoría de hoteles en la capital de los Estados Unidos.

Naturalmente, las instalaciones son de primera, y el servicio, extraordinario, al más puro estilo de los Mandarin. El spa —casi tan grande como algunos hoteles que hemos visto— es uno de los principales atractivos del hotel y ofrece todas las terapias concebibles en un entorno sorprendentemente elegante. Se trata, en definitiva, de una bocanada de aire fresco en la ciudad más conservadora de los Estados Unidos.