GYP SEA SAINT BARTH

St. Barth no es un lugar que llame la atención —puede que pase desapercibido para los urbanitas refinados de Londres y París—, pero es una oportunidad que no puedes dejar pasar. Especialmente si tienes la ocasión de no quedar en Gustavia, no es por despreciar la capital, pero los yates son los yates y tratar de no ser menos que tu vecino inglés (o francés) es una de las maneras más sencillas de estropear un lugar único, sobre todo en lo que respecta al turismo. De cualquier modo, todo es sencillo en una isla del Caribe. Si sigues la carretera en dirección noroeste hacia la colina de Colombier con vistas a la playa de Flamands, encontrarás fácilmente el Hotel Gyp Sea Saint Barth.

Aquí tenemos lo mejor de una prestigiosa línea de descendientes de Sibuet, una ilustre y sorprendente plantación colonial francófila. No hace falta que seas un nómada con estilo para apreciar las playas de arena blanca, pero te ayudaría a apreciar la decoración. Hay conchas y corales, pero también barcos en miniatura, cordelería y varios elementos de madera pulida de la marina mercante. Los 21 bungalós y las villas tienen nombres que recuerdan a cócteles azucarados (“Pineapples” y “Jungle Passion”), pero, en su conjunto, son una variación sofisticada de la fórmula “tierra y playa”, aderezada con camas de cuatro postes y dosel y muebles vintage con intensos colores turquesas y azafrán. Además, las habitaciones cuentan con bañeras independientes y terraza privada.

Si todo esto te suena a jardín tropical, no vas por mal camino: aquí podemos encontrar palmeras, plátanos, mangos, cactus y buganvillas resguardando la piscina exterior. Además, también podrás disfrutar de los maravillosos tratamientos botánicos del spa Pure Altitude. El ritmo de vida pausado continúa en el nuevo club de playa, Gyp Sea, y en el restaurante, un institución que se dedica a complementar los sabores del Caribe con un verdadero doctorado en mariscos y pescados. Y como si eso fuera poco, el bar parece sacado de un sueño del pasado: perezosos ventiladores en el techo de caoba, perfumadas volutas de humo de los puros en el fumadero y una cantidad inimaginable de rones de la mejor calidad.