Montalembert

Los diseñadores de interiores se vuelven absolutamente locos al entrar, mientras que los escritores y sus agentes se desviven por su comida. El Montalembert no es el típico edificio del 7ème Arrondissement (el selecto distrito VII), con sus fachadas sobrecargadas y su aire barroco, ni tampoco es uno de los deslucidos edificios de techos bajos que abundan en el Barrio Latino. Situado a escasos metros del Boulevard St.Germain, el Montalembert es un hotel que se adelanta a los tiempos, destacando por su look moderno y hi-tech. Sin duda el lugar ideal para dejarse ver con un BlackBerry, enfundado en un traje negro, bebiendo un coñac y leyendo a Simone de Beauvoir. Durante la semana de la moda de París, mientras las modelos comen fresas en el Hotel Costes, sus representantes intercambian opiniones en el Montalembert. Desde que fuera inaugurado en 1929, el Montalembert ha sido el destino predilecto de los intelectuales parisinos. Gracias a Grace Leo-Andrieu y a François Champsaur, el hotel ha evolucionado en algunos aspectos a lo largo de los años; es palpable la mejoría en la oferta gastronómica y también en la decoración. Afortunadamente, si hay algo que no ha cambiado es el perfil de su clientela.

Tanto Leo-Andrieu como Champsaur tienen un estilo muy definido, que combina el respeto por la tradición con la ausencia total de pretensiones, como puede observarse al visitar el Montalembert, con su aire clásico y contemporáneo, tradicional y vanguardista. Éste es el motivo por el que muchos decoradores y arquitectos eligen el Montalembert para alojarse durante su estancia en París. Las habitaciones, aunque pequeñas, tienen o bien un estilo tradicional Louis Phillipe con toques modernos (almohadas cuadradas, lámparas de Eric Schmitt) o bien un estilo contemporáneo (sillas y muebles de Christian Liaigre), sin llegar a ser nunca ostentosas (al fin y al cabo las camas son para dormir, no sólo para admirarlas como obras de arte). Preciosos centros de flores de la famosa floristería parisina Vertumne decoran las habitaciones, dándole un toque de hermosura sin caer nunca en la exageración. Pero sin duda lo que más impresiona son los espacios comunes de la planta baja. El bar, el hall, el restaurante y la biblioteca están concentrados en un espacio de unas dimensiones que recuerdan a las de un típico piso parisino (es decir, pequeño), sólo separados por cambios sutiles en la intensidad de la luz.

También llaman la atención los cuartos de baño, que, como las habitaciones, son pequeños y están revestidos de placas de níquel. La consecuencia es que durante esos momentos tan íntimos que pasamos en el baño, nuestra silueta se proyecta repetidamente en las paredes. Lo cierto es que este juego de reflejos ha logrado seducir incluso a la encantadora y extravagante clientela del Montalembert, que reúne a expertos en moda, decoradores, artistas y escritores. Aunque también cabe la posibilidad de que, embelesados por el secador de pelo de gran potencia, ni siquiera se den cuenta de que su imagen está siendo plasmada en las paredes.