Hotel Bel-Air, Dorchester Collection

Construido en 1946 en un estilo que sólo puede describirse como romántico y mediterráneo, el Hotel Bel-Air, con sus bungalows de estilo rose mission, es el mejor escondite de élite que puede encontrar. Oculto tras bunganvillas, ficus, azahares y helechos, con 7,2 hectáreas en el centro del barrio residencial más exclusivo de Los Angeles, el terreno está perfilado con pasillos de terracotta y la zona del vestíbulo se encuentra justo bajo un puente de piedra con forma de arco. También encontrará bizcochos caseros en su almohada cada noche.
Irónicamente, el Bel-Air comenzó rechazando a los personajes de cine, pero ellos, y su escandaloso comportamiento, fueron quienes lo hicieron famoso. Elizabeth Taylor se alojó en él durante su primera luna de miel, Marilyn Monroe pasó mucho tiempo entre las habitaciones 133 y 33, y Lauren Bacall inundó el hotel durante la ceremonia de los Oscar. Pese a que el hotel ha pasado por numerosas reformas, aún parece un escondite de los años dorados de Hollywood. Piense, por lo tanto, en las porciones de mantequilla con forma de cisne como en algo romántico más que kitsch. Y lo mismo con el estilo de campiña francesa de las habitaciones, las cortinas de flores y las cabezas de Poseidón de piedra que escupen agua en la fuente.
Los famosos no destacan por la sensatez de sus exigencias, y el personal del Bel-Air es legendario por su habilidad para hacer cuanto esté en sus manos para satisfacerles, desde organizar una boda de diecisiete minutos (entre Patti, la hija de Ronald Reagan, y su profesor de yoga) hasta localizar una moneda de 6 peniques de 1962. También se caracterizan por su extrema discreción, especialmente los que llevan allí treinta años. La discreción es necesaria en el Bel Air, al que uno de los empleados ha llamado el “el negocio de citas más importante de la ciudad”.

La mayoría de los huéspedes del Bel-Air llegan aquí para descansar de ser el centro de todas las miradas. A pesar de todo, el restaurante público siempre está lleno, y por un buen motivo. La comida en el Bel-Air es fantástica. Incluso los conocidos y malhumorados cisnes comen bien aquí — a base de hojas de lechuga romanas. Los huéspedes sin plumas alaban las tartas de limón, la sopa de tortilla y las tuberías de agua caliente bajo el suelo de terracotta del patio del restaurante, para calentar los pies de quienes cenan en el exterior. Asegúrese de hacerlo puesto que el Bel Air está lleno de aromas. El aroma de fresia, gardenia y romero del jardín de hierbas es divino, y para muchos, lo que mejor caracteriza el lujo del hotel es el olor a madera de aguacate ardiendo en la chimenea del bar.