The Ritz-Carlton, St. Thomas

Cuesta imaginarse que en Santo Tomás pueda haber un sitio en el que alojarse con más estilo que el Ritz-Carlton. El complejo hotelero, objeto de una reciente renovación de cerca de 30 millones euros, abarca 12 hectáreas de una península apartada, que se alza sobre las aguas de la gran bahía desde el extremo oriental de la isla, y ofrece unas vistas de postal al mar, de un intenso azul turquesa, y a su incesante tráfico de pintorescos veleros. Este Ritz dispone de atracaderos para el nada desdeñable número de huéspedes que llegan por mar.
Si lo que desea es desaparecer, este tranquilo lugar es casi mejor que una casa privada en la playa. A pesar de que las dimensiones de las instalaciones rozan la exageración —dos playas privadas de arena blanca, cuatro restaurantes, unas amplísimas y completas instalaciones con spa y gimnasio, y más instalaciones para reuniones de las que podría imaginarse— el Ritz-Carlton parece más bien pequeño, incluso íntimo, un signo de éxito importante para un lugar como éste. Las habitaciones están decoradas con el clásico estilo colonial caribeño, con sus balcones o sus terrazas privadas, y todas las suites son inmensas, con cerca de 93 metros cuadrados y vistas al mar. Si, lamentablemente, no se ha traído su propio velero, siempre puede tomar prestado el Lady Lynsey, un catamarán de 16 metros.