Wynn Las Vegas and Encore

La última obra de Steve Wynn, el Bellagio, fue, durante un tiempo, el hotel más espectacular de este lado de Dubai, si no del mundo entero. Pero eso se acabó. Durante su construcción, el Wynn Las Vegas parecía un experimento ideado para poner a prueba la credulidad de quienes se dedican a difundir rumores —los miles de habitaciones que tendría, los miles de millones dólares que costaría, los años que duraría su puesta a punto—, pero ahora ya está abierto y ha debido de salir mejor de lo que se esperaba, porque su desmesura se ha considerado digna del nombre del mismísimo creador.
El Wynn es todo lo que se rumoreaba y aún más: más de 2.000 habitaciones, cincuenta plantas, demasiados restaurantes como para nombrarlos, un centro comercial lleno de boutiques de alto nivel y marcas de lujo, y un teatro con un aforo de 2.000 localidades, en el que se representa el rutilante espectáculo acuático Le Rêve, una mezcla de Broadway y el Coliseo romano, sólo que con mejores butacas y menos luchas de gladiadores. Todo lo demás es pura desmesura: un concesionario de Ferrari y Maserati, un monte artificial salpicado de pinos junto a un lago de más de una hectárea y una galería de arte, en la que se expone, entre otras obras, un cuadro de un tal Picasso. Tenemos entendido que tampoco faltan las instalaciones de juego de rigor, por si tiene tiempo para ese tipo de actividades.
No cabe duda de que se trata de un lugar excepcional: es más grande, más vistoso, más lujoso y más suntuoso que ningún otro hotel que haya visto y merece la pena probarlo, aunque sólo sea por la novedad. Pero disfrutará aún más si se deja llevar por el puro placer de la desmesura hedonista del Wynn y se limita a deleitarse con la amplitud de las habitaciones, el lujo de las comodidades y las vistas, el increíble panorama nocturno de la Strip: absolutamente estridentes, pero hermosas, a su manera.