Amangiri

Cuando hablamos de una cadena del calibre de Aman —en resumidas cuentas, de Aman—, no nos queda más remedio que dejar a un lado nuestra preferencia por los hotelitos boutique singulares. Su último hotel, el Amangiri, no podría gozar de una ubicación más sorprendente que el sur de Utah; aunque es innegable que este paraje de otro mundo resulta estimulante y brinda un marco idóneo para una construcción que rompe moldes desde el punto de vista arquitectónico.

Hay diseñadores que tratarían de suavizar la dureza del desierto del suroeste con unos interiores lujosos y ricamente decorados. Estas villas, en cambio, lucen paredes de hormigón y muebles de madera sin pulir, un estilo que desafía los límites del minimalismo. No obstante, el efecto estético es solo una parte del atractivo del hotel; al fin y al cabo, los Aman son una cadena de hoteles de lujo. Puede que el contraste visual sea drástico, pero las comodidades materiales son sumamente lujosas.

El ambiente resultante es tan relajante como se supone que debería serlo el minimalismo, y, de alguna manera, consigue que este paisaje extraño resulte acogedor, sin tener en cuenta siquiera el spa, la piscina, el pabellón de yoga y el comedor con la cocina a la vista. El Amangiri está, literalmente, a medio mundo de distancia de los comienzos del Aman en los países de la costa del Pacífico, pero demuestra que, con la debida ejecución, el concepto de hotel de la cadena Aman no tiene límites ni fronteras.