Four Seasons Denver

Los Four Seasons lo tienen difícil: por un lado, los huéspedes esperan un servicio impecable y una lista interminable de comodidades de lujo, pero, por otro, si se limitan a ofrecer lo esperado, corren el riesgo de caer en la uniformidad. El mérito de la cadena ha sido mantener su alto nivel de calidad sin renunciar al sabor local. El Four Seasons Denver es un buen ejemplo: en este rascacielos con vistas a las Rocosas y a las llanuras, los huéspedes no pueden evitar tener muy presente el lugar en el que se encuentran.

Los interiores están decorados con colores terrosos y profusión de piedra pulida. En lugar de regodearse con la temática del antiguo oeste o la decoración de las casas de campo, el hotel encargó a varios artistas de la zona alrededor de mil esculturas y cuadros originales para decorar las habitaciones. Estas obras llamativas y contemporáneas no son meros objetos kitsch, sino pesadas esculturas de bronce, cuadros abstractos al óleo y trabajos en metal. Las 239 habitaciones y suites se resisten a ser eclipsadas por los picos lejanos: son amplias y abiertas, y hasta los televisores de plasma son más grandes de lo normal. Las habitaciones que hacen esquina aprovechan al máximo el abundante sol de Colorado, y las suites son prácticamente residencias.

El hecho de que este Four Seasons solo tenga un restaurante —el Edge, un asador norteamericano— no parece una limitación, sino un voto de confianza. Además, la zona de restaurantes de Denver empieza en la puerta principal del hotel. El bar tiene una carta de tapas y cervezas de microfábricas, que se sirven hasta en la piscina de la azotea, donde da gusto estar la mayor parte del año, gracias al agradable clima de Denver.