PATRICK HELLMANN SCHLOSSHOTEL

Situado en una calle tranquila y arbolada de las afueras, lo único que diferencia al Patrick Hellmann Schlosshotel del resto de mansiones del vecindario es un pequeño letrero iluminado. Esto es algo que no sorprende si tenemos en cuenta que el hotel fue en su día una residencia privada. Walter von Pannwitz, el propietario original, fue el asesor personal del Káiser Guillermo y era conocido por sus facetas de coleccionista de arte, abogado y, sobre todo, patriota. La renovación del hotel corrió a cargo del diseñador Karl Lagerfield, de ahí que tenga un estilo marcadamente bávaro. Grandes candelabros de cristal cuelgan de los techos, alfombras de un rojo intenso cubren los suelos y los ojos saltones de los héroes prusianos buscan la mirada de los huéspedes desde las paredes. A pesar de su aspecto majestuoso, no se trata de un lugar pretencioso o intimidador, aunque hay más pan de oro en este hotel que en el resto de la ciudad tomada en su conjunto. En realidad, el hotel resulta bastante acogedor.
Un Audi le podrá recoger en el aeropuerto si desea contratar dicho servicio, algo que sin duda es de agradecer teniendo en cuenta que la mayoría de los taxistas tienen problemas para encontrar el hotel. Un empleado del hotel –vestido por Lagerfield- le dará la bienvenida en la puerta con una copa de champán. Una vez dentro, los huéspedes podrán encontrar todo lo que necesitan, pues nuestro objetivo no es otro que satisfacer el gusto de todos; desde los clientes que viajan por motivos de negocios hasta los expertos en moda que recorren el mundo siguiendo los pasos del maestro Lagerfield. Los ejecutivos aprovechan el teléfono dual, el fax y la conexión a Internet, mientras que los especialistas en moda se sumergen en el spa, donde se someten a tratamientos faciales a manos de los mejores profesionales, disponibles 24 horas al día, 7 días a la semana. El hotel dispone además de un gimnasio, pequeño pero muy funcional, una piscina interior climatizada, y un restaurante sin pretensiones. Las habitaciones son relativamente pequeñas pero las camas son inmensas y tienen preciosos cabeceros gregorianos. El lugar más cálido del hotel, tanto en el sentido literal como figurado, es la chimenea del bar, que data del siglo XVII.
Hay muchos aspectos del Schlosshotel que recuerdan a una residencia privada –algo que fue en su día-, hasta tal punto que al visitarlo uno se siente como en casa. En el caso de Lagerfeld, esto no podía ser más cierto, pues el diseñador tiene su propia suite en el hotel, que está disponible para el gran público cuando se encuentra fuera de la ciudad, al módico precio de dos mil dólares. Pese a la lujosa decoración –con paredes pintadas a mano, muebles privados de Lagerfeld, y un precioso baño de azulejo-, la suite es ante todo un espacio confortable y acogedor. Sin duda resulta reconfortante saber que incluso un hombre como Lagerfeld tiene un lugar cómodo donde refugiarse.