En Achaval Ferrer, a 28 km de Mendoza, se consideran "guardianes de un legado", un sentimiento que va más allá de la producción de vino y que ha tomado también cuerpo en el restaurante que atesoran para completar la experiencia enológica. Tras acceder a la finca por un camino de tierra entre viñedos y llegar a una zona ajardinada, donde hay hasta un pequeño estanque con patos, se llega a la bodega y al restaurante como tal, en la primera planta, con una luminosa sala de línea rústica-actual que llama la atención por tener parte del suelo acristalado para que veamos las barricas de madera donde duerme el vino en el piso inferior. La propuesta, llevada por un equipo joven y dinámico, defiende un único menú de tres pasos y tinte tradicional, con originales opciones de temporada que suelen promocionar a los pequeños productores mendocinos (trabajan con frutas y verduras del día, hortalizas de cultivo propio, quesos de La Linqueñita, vinagres de Alquería, gírgolas de Setas Andinas...).