La palabra “casa” suele ser un sinónimo de “vivienda”, pero también puede serlo de “empresa”, sobre todo si ésta es familiar y concede gran importancia a su carácter artesanal. Las empresas de este tipo – en la moda, los muebles, los vinos– son conocidas por su meticulosa atención al detalle, por poner el máximo cuidado en atender a sus clientes y, a menudo, por crear un ambiente cálido, acogedor y hogareño. Recién galardonado con Dos Llaves por nuestros inspectores MICHELIN, Casa Silencio ha adoptado este enfoque y lo ha aplicado a un producto, el mezcal, y a un lugar, Oaxaca.
Se da por sentado que la cuna del vino fue Georgia, el país caucásico, pero este dato es irrelevante para la mayoría de nosotros. En el caso del mezcal, en cambio, la cosa es completamente diferente, ya que sigue estando muy ligado a su lugar de origen, el Estado mexicano de Oaxaca. Para esta emblemática región, la apertura de Casa Silencio ha supuesto algo más que contar con el primer hotel instalado en una destilería de mezcal siguiendo el modelo de los hoteles instalados en bodegas. Desde ahora cuenta además con un hotel boutique capaz de encarnar toda la singularidad del lugar y de su producto más característico.
“No sólo vendemos mezcal”, declaraba Fausto Zapata, cofundador de El Silencio, cuando su empresa saltaba a los titulares del New York Times. “Vendemos Oaxaca en botella”.
Cuando bajes hacia la propiedad desde la carretera principal tendrás una visión de Oaxaca mucho mayor de lo que cabe dentro de esa botella. “La magnificencia de Casa Silencio se pone de manifiesto desde el momento en que la propiedad aparece ante tus ojos como velada por el misterio”, dice a MICHELIN Vicente Cisneros, otro de sus cofundadores. Y en la elección de sus palabras se palpa su amor por el lugar. “La hacienda ofrece inabarcables panorámicas de las montañas circundantes y de los valles cubiertos de agaves. El paisaje es inmenso, pero austero, y, al caer la noche, un dosel infinito de estrellas del desierto crea un telón de fondo que evoca el espíritu ancestral de la región”.
Esa propensión de Cisneros al misticismo no es casual. “La tradición y el misticismo, sobre todo asociados al proceso de elaboración del mezcal, son parte integrante de la cultura oaxaqueña”, recalca. El mezcal es el “elixir de los dioses” y, según el mito, sus primeras gotas se habrían derramado cuando un rayo alcanzó una planta de agave.
El hotel juega con ese misticismo: obras de artistas oaxaqueños como Eber Chávez, Cadáver, o Moisés Álvarez Jiménez exploran una estética enraizada en el mito que se define por la textura y los tonos negros. Con todo, el arraigo a la región empieza ya desde el momento mismo de la construcción. “Si hubiéramos construido un edificio moderno que pareciera fuera de lugar, los habitantes de la localidad se habrían sentido invadidos”, subraya Cisneros. “Casa Silencio fue diseñada para integrarse conscientemente y sin fisuras en el telón de fondo montañoso de la zona”. Construcciones modernas, casi brutalistas, surgen de la tierra en tonos apagados, con un molde que añade un toque moderno a los muros construidos con tierra apisonada de la zona. Esta técnica ancestral de tierra apisonada –conocida como tapial– es la misma que verás si te aventuras por cualquiera de los yacimientos arqueológicos precolombinos de la zona.
Sólo seis suites ocupan el extenso terreno de más de seis hectáreas que alberga la destilería El Silencio, cuya tahona, siempre en activo, constituye la columna vertebral del nuevo complejo tanto en sentido propio como figurado. Se trata de un ingenio tradicional, pero alimentado por energía solar, que muele el agave a la vista de todos bajo un techo abierto. Los huéspedes, si lo desean, pueden triturar y echar la planta cruda en los hornos, antes de dirigirse al restaurante (un espacio interior-exterior dirigido por el ganador de Top Chef México, Rodolfo Castellanos) para asistir al resto del proceso y degustar el resultado.
En el interior, las suites de Casa Silencio varían en tamaño: algunas tienen más de una planta, otras cuentan con salón y chimenea. Las habitaciones, los pasillos y los cuartos de baño están decorados con piezas realizadas por artesanos de la zona con madera reutilizada, mientras que las cortinas de lino han sido confeccionadas con telares tradicionales accionados por pedal y las alfombras, tejidas a mano, proceden de la localidad oaxaqueña de Teotitlán del Valle.
El rápido auge del mezcal ha llevado a muchos intrusos a instalarse en Oaxaca para intentar embotellar oro líquido. Pero incluso en el artículo del New York Times, escéptico ante esta tendencia, se subraya el enfoque de El Silencio como una alternativa sostenible. Citando a una oaxaqueña que busca docenas de mezcales para servirlos en su restaurante de Los Ángeles, escriben: “A la Sra. López le dan grima los aficionados o inversores que hablan de “descubrir la esencia” y añade que le gusta la forma en que El Silencio, propiedad de dos ciudadanos mexicanos, está creciendo: de forma sostenible y con el objetivo de crear riqueza para la región".
Para El Silencio, el mezcal no es una moda y para corroborarlo Cisneros cita un dicho muy conocido en Oaxaca: “Para todo mal, mezcal, y para todo bien, también”.