Puede que no haya mejor sitio para descubrir la cocina estilo kappo –cada vez más presente en la escena gastronómica estadounidense– que este restaurante japonés reconocido con una estrella. Entre la barra de madera de ciprés centenario y la pared del fondo, repleta de botellas de whisky que la tiñen de ámbar, los cocineros se afanan, entre otras cosas, rallando el wasabi. Este marco minimalista y de inspiración industrial, subrayado por los altos techos de cemento y las tuberías vistas, contrasta con el servicio, sumamente atento, encantador y siempre dispuesto a explicar cada plato con lujo de detalles. Hay una carta, pero la mejor forma de disfrutar de las creaciones de esta cocina es optar por el servicio kappo de varios pases. Los platos componen un incomparable abanico de sabores japoneses a cuál más inspirado, sin perder de vista las texturas ni el lado artístico de los emplatados. Cada menú se entiende como una progresión de platos seleccionados por los cocineros entre los cuales suele haber algunas preparaciones crudas. Destaca el innovador “pollo teriyaki auténtico”, secado y rehidratado para conferirle textura. El cuenco de arroz de California con habas, guisantes y shiso constituye un delicioso preludio al filete de vaca Holstein con wasabi y dados de ciruela encurtida, envejecida durante cuatro años.