Hotel Goldgasse

De Salzburgo se puede esperar la opulencia de un pastel de bodas y una devoción casi obsesiva por la ópera. Por eso, cuando un hotel como el Goldgasse contradice nuestras expectativas con una buena dosis de diseño moderno, la sorpresa es aún más grata. Añada a ello una ubicación de lo más céntrica –está en pleno casco antiguo, en la margen sur del Salzach y a un tiro de piedra de la universidad y la catedral barroca– y el atractivo será mayor. Aun así, tanto las zonas comunes como las habitaciones, revestidas de estuco y con viejos suelos de piedra, conservan cierto sabor antiguo. En la planta baja, la Gasthof Goldgasse –típica a más no poder– conserva toda la esencia de una posada tradicional austríaca, palpable en la carta de vinos –con grandes caldos austriacos– y, si nos apuran, hasta en los nudos de las vigas del techo. La vajilla de cobre es un guiño al pasado del edificio: estos Kupferpfandl’n eran el sustento de los habilidosos caldereros que un día tuvieron su taller aquí. Asegúrese de probar la célebre especialidad de la ciudad, el Salzburger Nockerl: un dorado y picudo suflé espolvoreado con azúcar glas.
Enormes fotografías llenas de vida cubren paredes enteras y lugares tan inesperados como los techos o las puertas de los armarios, en clara alusión al Salzburgo de antaño y, particularmente, a su festival de música, hoy ya centenario. El predominio del blanco y los blancos rotos, tan importante para sacar el mayor partido de la luz, sirve también para crear esa sensación típicamente austriaca de orden y claridad, lo cual no impide algún que otro toque de humor: las pantallas planas, por ejemplo, tienen música de Sonrisas y lágrimas por defecto y los refrigeradores Smeg (repletos de snacks) ponen la nota retro. Los detalles de mármol y roble de Salzburgo nos devuelven a un lujo más tradicional, en particular en los baños, dotados de lavabos sobre encimera y artículos de tocador naturales. Las estancias con mejores vistas son, como era de esperar, las suites, entre ellas una con terraza privada en la azotea: el lugar ideal para empaparse del ir y venir cotidiano (no en vano, la casa natal de herr Mozart se encuentra a pocas manzanas). En cualquier caso, nadie podrá echarle en cara que mire este magnífico libro de imágenes en movimiento de la ciudad.